MARAT/SADE


AUTOR: PETER WEISS
DIRECCIÓN, ADAPTACIÓN y DRAMATURGIA: RICARDO INIESTA
INTÉRPRETES: JERÓNIMO ARENAL, MANUEL ASENSIO, JOAQUÍN GALÁN, CARMEN GALLARDO, SÍLVIA GARZÓN, LIDIA MAUDUIT, MARIA SANZ, RAÚL SIRIO INIESTA y RAÚL VERA
DURACIÓN: 105min
FOTO: FÉLIX VÁZQUEZ
PRODUCCIÓN: GREC 2015 FESTIVAL DE BARCELONA y ATALAYA
TEATRE LLIURE (GRÀCIA, GREC 2015)

Hacía mucho tiempo que no "no aplaudía" en una platea, que me quedaba con los brazos cruzados y me limitaba a ver las ovaciones del resto, preguntándome qué había pasado para que la obra ni me tocara. No tengo por costumbre negarle a la compañía el mínimo aplauso pero el domingo estaba ciertamente enfadada tras lo que acababa de ver. Me explico.

Marat/Sade causó sensación en su estreno en 1964, y aunque los tiempos han cambiado, el discurso sigue en buena manera presente. Que sea dicho por unos u otros locos es más bien indiferente, pero lo que se pone encima de la mesa no deja de ser verdad, como seguimos encadenados al mismo sistema que nos oprime y no nos deja disfrutar de la famosa libertad.

La puesta en escena es simple pero efectista. Cortinas blancas que atraviesan horizontalmente la escenografía, con las que en las diferentes escenas van jugando los personajes. Un piano, una bañera y un par de muebles destartalados más completan los útiles para el juego.

El problema recae en la interpretación. Marat/Sade es una combinación del teatro épico de Brecht, el teatro de la crueldad de Artaud y el grotesco de Meyerhold. En este caso la épica desaparece, lo grotesco y la crueldad ganan protagonismo. Pero la interpretación de los actores está más cerca de una casa de los horrores o el pasaje del terror de cualquier parque de atracciones que se precie a una interpretación teatral fidedigna. El actor que interpreta a Sade, Manuel Asensio, comandante en jefe en escena, eleva su mundo grotesco a lo disparatado. Si observamos sus poses en la mayoría de las escenas más bien parece salido del desfile del Orgullo o de una película de Pedro Almodovar. 

Marat/Sade se convierte en excesiva, agotadora y con una interpretación que disfrutó de mejores momentos en otra época, pero que en la actual necesita quitarse la máscara para alcanzar su propósito. Después de 105 minutos de un sin parar de mirar si las agujas del reloj van marcando sus horas, abandono la platea sin pena ni gloria, pero libre.

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